Espacios liminales
por Jesús Alberto Mendoza Vázquez
  • Termina mi primer semestre en la maestría y, al mirar hacia atrás, descubro que lo viví con una mezcla intensa de cansancio, aprendizaje y claridad. Fue un periodo pesado, sobre todo por la necesidad de equilibrar mis tiempos entre mi trabajo y los horarios cambiantes de las clases. Solicitar un permiso semanal para ausentarme era ya complicado. Pedirlo con una semana de anticipación, mientras en la maestría los horarios se movían, se volvía casi un ejercicio de malabarismo. Aun así, cada ajuste, cada carrera entre reuniones y clases, tuvo sentido.

    Hubo momentos clave que marcaron este proceso. La clase de oratoria y redacción me obligó a entender que la claridad no solo se construye pensando, también se construye diciendo, afinando la voz. La clase de metodología, por su parte, me abrió un panorama completamente nuevo. Me enseñó a ordenar mis ideas, a planear mejor mis tiempos y a entender que la estructura no limita la creatividad, sino que la sostiene.

    También aprendí algo que no esperaba. El valor profundo de tener buenos compañeros. Lo que comenzó como un grupo desconocido terminó convirtiéndose en una red real de apoyo. Nos ayudamos tanto que esa colaboración se reflejó en la entrega y en la revisión final del PROVIRAE. Ya no son solo compañeros, ahora los considero amigos.

    En cuanto al avance de mi investigación, este semestre confirmó que voy por buen camino. En las revisiones me dijeron que mi tema es pertinente y coherente con mi perfil y con mi práctica profesional. Leer a Turner me permitió comprender la liminalidad más allá de la definición clásica y llevarla a mi propio territorio. Al principio veía los accesos universitarios como espacios físicos, arquitectónicos y construidos donde se manifestaba la vida cotidiana. Ahora los entiendo como umbrales donde las jerarquías se suspenden por un instante, espacios capaces de mediar entre la ciudad y la universidad, lugares donde ocurren procesos perceptuales que revelan la naturaleza más humana del tránsito. Ese giro más fenomenológico cambió mi manera de pensar los bordes y accesos.

    Las tutorías fueron parte fundamental del proceso. Con el Dr. Crespo aprendí a defender mi tema y a descubrir capas de análisis que no había considerado. Me empujó a complejizar mi mirada. Con la Dra. Ruth encontré claridad. Supo indicarme qué debía hacer y cómo organizar mi camino de investigación de manera más precisa. Entre ambos enfoques entendí que una tesis también se construye con acompañamiento.

    Hubo una clase que me hizo repensar de fondo mi enfoque. La del Dr. Ocaranza. Ese cruce entre fenomenología y teoría crítica me permitió definir cómo quería abordar mi objeto de estudio. Entendí que los accesos universitarios no son solo espacios que se transitan, sino espacios que se significan, que nos hablan tanto como nosotros hablamos con ellos. El ejercicio que trabajamos sobre percepción, experiencia y lectura crítica del espacio fue clave para reorientar el corazón de mi proyecto.

    De mí aprendí algo que no esperaba reconocer tan pronto. Soy capaz de generar nuevo conocimiento. Aún estoy en el proceso, pero ya no lo veo como un objetivo lejano o abstracto. Ahora lo entiendo como una práctica cotidiana hecha de lecturas, conversaciones, dudas y pequeños descubrimientos que se suman día a día.

    Cierro este semestre con una idea sencilla pero contundente. Todo el esfuerzo vale la pena cuando el camino empieza a tener sentido. Y hoy, por primera vez, siento que mi investigación tiene forma, tiene voz y tiene futuro.

  • Un gesto de apertura

    Lunes, 03 Noviembre 2025 17:21

    Durante años, el antiguo acceso del Chapala Media Park fue una referencia visible desde la distancia. Su gran prisma rosa marcaba el paisaje y servía como punto de orientación para quien pasaba por la zona. Sin embargo, esa misma presencia que lo hacía reconocible lo volvía también inaccesible. Había algo en su escala y en su lenguaje que hacía sentir que detrás de ese muro comenzaba un espacio al que no todos podían entrar. Era más un límite que una bienvenida.

    Cuando el proyecto del nuevo Centro Universitario de Chapala comenzó a tomar forma, esa imagen fue el punto de partida. El reto no era solo proyectar un nuevo acceso, sino cambiar el sentido del gesto. Pasar de un objeto protagonista a un espacio que invitara a pertenecer. De una puerta que imponía a una que abrazara.

    En lugar de partir de la monumentalidad, buscamos un lenguaje más cercano. Incorporar materiales de la región como, ladrillo, piedra, vegetación local y hacer que el agua, tan presente en la identidad de Chapala, también apareciera en el proyecto como reflejo y frescura. La intención era que el acceso no funcionara como frontera entre el adentro y el afuera, sino como un umbral compartido.

    El nuevo motivo de ingreso se adapta al terreno con escalinatas y rampas que no separan, sino que acompañan el recorrido. Entre terrazas, jardineras y sombras amplias, el visitante puede detenerse, esperar, conversar o simplemente mirar el paisaje. En lugar de una línea que divide, el ingreso se convierte en una pequeña plaza abierta a la vida cotidiana del campus.

    Detrás de esa decisión está una idea que poco a poco fue tomando forma: si la universidad pública pertenece a todos, su arquitectura también debe hacerlo. Es posible que la universidad abrace a la comunidad, que la puerta deje de ser un control para convertirse en una invitación.

    Hoy, ese gesto de apertura no busca imponer una nueva imagen, sino provocar otra experiencia. Donde antes se veía un símbolo distante, ahora hay un lugar que invita a acercarse. Porque a veces, transformar un espacio no consiste en añadir, sino en abrirse al contexto. Si te interesa conocer cómo se materializó este proyecto y el resultado final del nuevo ingreso, puedes escribirme a albmv262@gmail.com, con gusto compartiré más detalles y reflexiones sobre el proceso, siempre con la intención de seguir dialogando sobre cómo la arquitectura puede abrirse al contexto y a la comunidad.

  • Tutoría 01: dejar de mirar el límite como objeto

    Lunes, 13 Octubre 2025 09:20
    (Última modificación: 13-10-2025 09:21)

    En esta primera sesión de tutoría entendí que mi investigación no trata solo de describir un borde, sino de observar qué ocurre cuando ese borde se vive y se transforma en vínculo. El acceso universitario, que muchas veces pasamos sin mirar, apareció en la conversación no como una simple línea de control, sino como un espacio en disputa entre la lógica institucional y las prácticas de quienes lo usan todos los días.

    Hablamos de liminalidad no como una teoría abstracta, sino como una manera de mirar esos espacios donde nada está completamente definido. Ahí el acceso deja de ser solo un filtro y se vuelve escenario de encuentros, pausas, atajos, desvíos o incluso rechazos. Es en esas acciones cotidianas donde se revela la tensión entre control y vida diaria.

    Mi tutor me hizo ver algo importante: no importa solo la fuerza del límite, sino las pequeñas tácticas que lo hacen poroso. Eso abrió la posibilidad de analizar el vínculo universidad-ciudad desde los recorridos, las trayectorias y los usos reales, más que desde el plano o el orden previsto por el diseño. También me señaló que mi trabajo profesional en proyectos universitarios no debe quedarse como un antecedente técnico. Haber estado dentro de esos procesos me permite ver no solo lo construido, sino las discusiones, decisiones y ajustes que dieron forma a esos accesos. Esa mirada desde adentro puede volverse una herramienta crítica para la investigación.

    Salí de la tutoría con más preguntas que certezas, y entendí que eso no es un problema, sino una señal de que el tema empezó a abrirse. Dejé de mirar el acceso como objeto y empecé a verlo como situación, como espacio que no se define solo en el diseño, sino en la manera en que se habita.

  • Reflexiones desde la Farnsworth House y la Universidad de Illinois Chicago

    Lunes, 06 Octubre 2025 09:34
    (Última modificación: 06-10-2025 09:50)

    Durante un viaje reciente a Chicago, dos lugares completamente distintos me llevaron a pensar en una misma pregunta: ¿qué pasa cuando la arquitectura decide borrar sus límites?

    La primera respuesta la encontré en la Farnsworth House, de Mies van der Rohe. Una obra tan precisa como radical: una caja de vidrio suspendida sobre el paisaje, donde el interior y el exterior se funden en una misma atmósfera. Mies buscaba la pureza espacial, la continuidad visual, la idea de habitar el paisaje sin mediaciones. Pero en esa búsqueda de perfección moderna, la experiencia cotidiana se volvió difícil. Edith Farnsworth, su propietaria, terminó por sentirse expuesta, vulnerable, observada. La transparencia que prometía libertad terminó volviéndose una forma de encierro. Sin muros que delimitaran la intimidad, el habitar perdió su sentido de refugio.

    Días después, al recorrer el campus de la University of Illinois Chicago (UIC), me encontré con otro tipo de apertura. También aquí los límites son difusos: no hay rejas ni bordes que separen la universidad de la ciudad. Pero, a diferencia de la casa, esta condición funciona. El campus se mezcla con el espacio urbano, las calles se transforman en pasillos y los patios en puntos de encuentro. En este contexto, la apertura no amenaza, integra. La ausencia de barreras permite la circulación, la convivencia y el aprendizaje compartido.

    Estos dos casos muestran que los límites no son solo elementos físicos: son acuerdos entre el espacio y quien lo habita. En la vivienda, el límite protege; en las universidades, el límite puede volverse permeable. Son los espacios liminales los que median entre lo privado y lo colectivo, los que permiten que el habitar se transforme en toda una experiencia.

    Si en la casa el límite resguarda, en la universidad el límite conecta. En los campus abiertos, los bordes se convierten en zonas de transición, donde el aprendizaje se extiende más allá del aula y la arquitectura promueve la pertenencia.

    Esta idea orienta mi investigación: comprender los accesos y bordes universitarios no como límites de separación, sino como territorios de relación entre la universidad, la ciudad y la comunidad. En estos espacios intermedios, que no son del todo públicos ni completamente privados, la arquitectura adquiere una condición mediadora: deja de dividir y comienza a conectar.

    Reconozco que esta hipótesis podría no aplicarse de forma lineal en el contexto de Guadalajara, donde las dinámicas urbanas y sociales presentan otras complejidades. Sin embargo, es precisamente esa incertidumbre la que impulsa mi investigación y da sentido a la exploración crítica del espacio universitario.

    *Reflexión escrita a partir de mi visita a Chicago en 2025, como parte de mi proceso de investigación dentro de la Maestría en Procesos y Expresión Gráfica en la Proyectación Arquitectónica-Urbana (MPEGPAU), Universidad de Guadalajara.

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