Martes, 09 Diciembre 2025 22:22
Termina mi primer semestre en la maestría y, al mirar hacia atrás, descubro que lo viví con una mezcla intensa de cansancio, aprendizaje y claridad. Fue un periodo pesado, sobre todo por la necesidad de equilibrar mis tiempos entre mi trabajo y los horarios cambiantes de las clases. Solicitar un permiso semanal para ausentarme era ya complicado. Pedirlo con una semana de anticipación, mientras en la maestría los horarios se movían, se volvía casi un ejercicio de malabarismo. Aun así, cada ajuste, cada carrera entre reuniones y clases, tuvo sentido.
Hubo momentos clave que marcaron este proceso. La clase de oratoria y redacción me obligó a entender que la claridad no solo se construye pensando, también se construye diciendo, afinando la voz. La clase de metodología, por su parte, me abrió un panorama completamente nuevo. Me enseñó a ordenar mis ideas, a planear mejor mis tiempos y a entender que la estructura no limita la creatividad, sino que la sostiene.
También aprendí algo que no esperaba. El valor profundo de tener buenos compañeros. Lo que comenzó como un grupo desconocido terminó convirtiéndose en una red real de apoyo. Nos ayudamos tanto que esa colaboración se reflejó en la entrega y en la revisión final del PROVIRAE. Ya no son solo compañeros, ahora los considero amigos.
En cuanto al avance de mi investigación, este semestre confirmó que voy por buen camino. En las revisiones me dijeron que mi tema es pertinente y coherente con mi perfil y con mi práctica profesional. Leer a Turner me permitió comprender la liminalidad más allá de la definición clásica y llevarla a mi propio territorio. Al principio veía los accesos universitarios como espacios físicos, arquitectónicos y construidos donde se manifestaba la vida cotidiana. Ahora los entiendo como umbrales donde las jerarquías se suspenden por un instante, espacios capaces de mediar entre la ciudad y la universidad, lugares donde ocurren procesos perceptuales que revelan la naturaleza más humana del tránsito. Ese giro más fenomenológico cambió mi manera de pensar los bordes y accesos.
Las tutorías fueron parte fundamental del proceso. Con el Dr. Crespo aprendí a defender mi tema y a descubrir capas de análisis que no había considerado. Me empujó a complejizar mi mirada. Con la Dra. Ruth encontré claridad. Supo indicarme qué debía hacer y cómo organizar mi camino de investigación de manera más precisa. Entre ambos enfoques entendí que una tesis también se construye con acompañamiento.
Hubo una clase que me hizo repensar de fondo mi enfoque. La del Dr. Ocaranza. Ese cruce entre fenomenología y teoría crítica me permitió definir cómo quería abordar mi objeto de estudio. Entendí que los accesos universitarios no son solo espacios que se transitan, sino espacios que se significan, que nos hablan tanto como nosotros hablamos con ellos. El ejercicio que trabajamos sobre percepción, experiencia y lectura crítica del espacio fue clave para reorientar el corazón de mi proyecto.
De mí aprendí algo que no esperaba reconocer tan pronto. Soy capaz de generar nuevo conocimiento. Aún estoy en el proceso, pero ya no lo veo como un objetivo lejano o abstracto. Ahora lo entiendo como una práctica cotidiana hecha de lecturas, conversaciones, dudas y pequeños descubrimientos que se suman día a día.
Cierro este semestre con una idea sencilla pero contundente. Todo el esfuerzo vale la pena cuando el camino empieza a tener sentido. Y hoy, por primera vez, siento que mi investigación tiene forma, tiene voz y tiene futuro.

